Polémica final por un posible penalti de Ramos en el tiempo añadido.
Magnífico encuentro del Betis, que mereció más. Otro doblete de
Cristiano
Mal presagio. Algo raro se notaba en el interior de Iturralde que le
hacía parecer tan rígido como un caballero armado. Nunca sabremos si era
faja, refajo o calzón reafirmante. El caso es que Gorka Sagués, el
cuarto árbitro, sustituyó en el descanso al jefe lesionado. En ese
instante no imaginó que su fama se prolongaría más de 45 minutos, 47
para ser exactos. Fue en ese último parpadeo cuando chutó Jefferson
Montero y consiguió, sin pretenderlo, que su disparo sea más repetido
que el gol que buscaba. La pelota vivió tanto y tan al límite que podrá
escribir una autobiografía o casarse con Kate Moss: el balón sin frenos
rozó a Marcelo en zona fronteriza, tropezó contra Ramos en lo que
pareció pierna y brazo, y se perdió para siempre en busca y captura.
Suban a los tejados porque la ola que se avecina será de aúpa y en
ella naufragaremos todos. Primero el Betis, que no merecía perder;
después, el partido, que no merecía una cortina de humo. Siguiendo por
el Madrid, que no necesita esto, y por no hablar del pobre cuarto
árbitro, que afrontará el tiroteo sin faja que le cubra.
Sería una lástima que la polémica devorara el heroico encuentro del
Betis y la capacidad del Madrid para disputar todas las batallas una vez
ganada la guerra. Pero ocurrirá. El gran gol de Jorge Molina parecerá
una centella de tan acostumbrados que estaremos a la moviola. Poco
importarán los dos goles de Cristiano, 98 en 89 partidos. Reposen en
esta crónica sus restos gloriosos y el relato de los goles.
Historia. Nueve minutos: Rubén Castro controló acariciando la
pelota con el pie y quién sabe si con la mano (qué importa ya). Después
se la entregó a Jorge Molina como el camarero que te sirve lo de
siempre, con el vaso resbalando por la barra. Gol y primera sorpresa. El
Betis parecía el Madrid.
Higuaín empató al rato. Özil le buscó en profundidad y era tanta la
carrera que le quedaba hasta la portería que incluso sus defensores
dudamos de él. Le caza el central, pensamos; le roba, le entorpece, le
agarra. Ni le sopló. El falso malo es también falso lento. Higuaín miró
al línea, observó al portero y hubiera tenido tiempo de saludar, caso de
tener compromiso.
El Betis no se arredró. Siguió esperando al Madrid con las botas en
los tacos de salida, las líneas juntas y las orejas tiesas. Barça
aparte, el Madrid no recordaba un adversario tan valiente y tan
dispuesto. Por eso, cuando Cristiano adelantó al Madrid en la
reanudación creímos que el partido estaba decidido. Más que un gol
parecía un augurio: si no era el talento, sería la suerte, si no
Cristiano. De todo hubo.
La enésima proeza del Betis fue empatar en el turno de réplica.
Entonces sí marcó Jefferson Montero. Otro partido a estrenar y el Madrid
atónito ante tanta resistencia.
Los minutos que siguieron fueron béticos y rebéticos, con Casillas
convertido en pinball. Penalti de Xabi y tres cuartos de lo mismo a
Kaká. Hasta que sucedió lo inevitable. Ramos cabeceó, Fabricio se lució y
el de siempre rebañó las sobras. No es que Cristiano sea grande; es el
campo el que se le hace pequeño, el mundo. No es Supermán, es Gulliver.
Gigante, pero no tanto como la ola que se avecina.
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