Un golazo de volea de Miranda rescata a un equipo fundido tras el duelo ante el Besiktas y le hace mirar a Europa. El Granada estuvo ordenado pero no tuvo ambición. Falcao sentenció.
Los caminos del fútbol son inescrutables. El Atlético encadenaba
hasta hoy cinco partidos ligueros sin ganar, de forma injusta por su
atrevida y enérgica apuesta futbolística en pleno efecto Simeone. Y, por
el contrario, ante el Granada logró dejar atrás esta lacra, sin fútbol,
con la gasolina en reserva y aportando los mínimos méritos posibles;
que fueron pocos pero mayores que los de su rival. Una obra de arte
de Miranda en una de las escasas aproximaciones al área enemiga,
valió al equipo colchonero para desarticular al Granada, que fue tan
ordenado siempre que olvidó desmelenarse en busca de puntos, que al
final es lo que cuenta y lo que salva. Falcao sentenció al final
adornando una victoria que ya nadie cuestionaba.
El partido no pasará a la historia más que por la hora, por la
fiel respuesta del Calderón y por la obcecación de un colegiado que,
sin ser determinante, agota en su afán de dejar jugar por norma;
simplemente porque ese estilo le distingue. Con las piernas
sobrecargadas por el desgaste europeo, el Atlético no pudo ofrecer su
mejor versión. Aun así, demostró que su mordiente le da para flotar
contracorriente en esta nueva era y que su carácter ya no varía ante
cualquier fenómeno atmosférico. Su fe es inquebrantable. Y eso
que a Adrián no le quedaba chispa tras fundir al Besiktas, a Falcao le
sobran toques y la salida desde atrás no es la misma sin el desborde de
Filipe y la imaginación de Diego. El Granada pudo meter en el
dedo en la herida cuanto quiso. Sin embargo le sobró miedo, le
faltaron mimbres y se quedó sin Jaime Romero, su mejor hombre,
cuando éste hacía de guía.
Aburrimiento y escasa calidad
La primera mitad fue insoportablemente mala. En media hora
nadie se acercó al área. El Atlético echó de menos como nunca el arte de
Diego y Arda, mientras que el Granada se replegó tanto que le faltó
calidad para hilvanar durante el largo kilometraje que separaba su cueva
de la de Courtois. El empate era el único marcador posible a esas
horas. Únicamente el error ajeno o la aportación arbitral podía
desnivelar tal resultado. Miranda se afanó por hacer válida la primera
premisa con dos errores de bulto a la hora de ir al corte. En la primera
acción sufrió un eslalon de Jaime Romero que a punto estuvo de
encontrar premio. En la segunda, no sólo su cadera volvió a crujir ante
la internada de Uche, sino que después hizo una clara falta fuera del
área y luego rozó el penalti en la misma línea para rematar la faena. Mateu
amagó con pitar. Sin más.
El Granada comenzó entonces a sacudirse sus complejos y a olvidar sus
bajas provocadas. Abel Gómez buscó la espalda de Gabi y Mario y desde
ahí, en la zona de entrelíneas, lanzó a Jaime Romero siempre que quiso
hasta que los isquiotibiales de la perla saltaron por los aires debido a
sus eléctricas arrancadas. La lesión del joven albaceteño trastocó los
planes de Resino, que tuvo que recomponer un dibujo elaborado ya de por
sí parcheado con meritorios. El Atlético aprovechó el desconcierto
para desperezarse. Lo hizo más por la obligación que por sus méritos
en la elaboración. A balón parado se sintió seguro. Y así fue
como logró ir la moral de su adversario. De la estrategia se valió para
abordar a Julio César y reclamar por el camino alguna que otra mano
de Mainz que también pudo acabar en penalti. Sin embargo, ni Falcao
(lento) ni Adrián (espeso) daban miedo.
El Granada no sufría, hasta que Mateu Lahoz convirtió un pelotazo
en la cara de Henrique en una mano que sólo vio él. La falta provocó
el primer aviso serio de Koke en una jugada ensayada, cuyo lanzamiento
desembocó en un córner decisivo. El del primer gol. El saque de Gabi fue
malo, pero el rechace regresó a sus pies para darle una segunda
oportunidad. Esta vez su envió conectó con la cabeza de Godín en el
segundo palo. El central devolvió el balón al corazón del área pequeña y
allí, su socio Miranda se redimió con una volea exquisita. 1-0. Tan
precioso como inesperado.
Mucho miedo y poco juego
Falcao pudo sentenciar nada más arrancar la segunda mitad al
aprovecharse de un gran pase de Koke y de su posición ilegal. Julio
César estuvo imperial en el mano a mano. El partido seguía sin dominador
y con más imprecisiones que detalles. Simeone decidió entonces ir
cambiando a sus jugadores más agotados, a la vez que Abel metió a Ighalo
por un lateral reconvertido como Cortés. Las escasa ambición
granadina terminó por decaer cuando Mateu le dejó con diez.
Desde ahí hasta el final no hubo miedo en el Calderón a perder lo
ganado. Ni tampoco hubo más alegrías que llevarse a la mesa que la
reivindicación de Falcao. Su tanto se lo debe a la internada de
Juanfran, cada día mejor lateral. Después, el palo impidió que el
colombiano ampliara la renta. Un tercer tanto hubiera sido excesivo.
El 2-0 ya era buen botín para las fuerzas con las que contó el Atlético
para ir a buscarlo.
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